sábado, 21 de marzo de 2020

¿Y SI NO TENGO RESPIRADOR?

El coronavirus nos está poniendo a prueba. Son tiempos difíciles para todos. Son tiempos de reflexión, de control, de resiliencia, de contención, de serenidad, de madurez social, de comunicación, de creatividad incesante para distraernos, pero también de paliar el miedo que supone el contagio a un virus dormido que ha despertado donde menos uno se lo imagina: ¿China? ¿EE.UU.? ¿Corea? ¿Europa? Qué más da. Y lo digo porque la guerra política hace bandera de la culpa, algo que va muy enraizado en una formación judeo-cristiana como la nuestra, y que siempre trata de buscar esa culpa en el otro, pero difícilmente una solución.

Lo que realmente importa es lo que puede llegar a destruir este virus, que es mucho. Primero se pensaba en nuestros mayores, pero no es así, alcanza a cualquier persona y raza, tenga la edad que tenga, y viaja a la velocidad de la luz.

Este virus ha puesto a prueba a todos los países de la falta de previsión ante una pandemia que ha ido tomando forma a través de los días, aunque existan algunos políticos, y algún periodista y medio de comunicación que lejos de ayudar a la tranquilidad y serenidad parecen más preocupados en provocar más incertidumbre, ansiedad y desconcierto en la población.

Es necesario estar informados desde la verdad y la realidad y no desde la subjetividad, y el rencor político o personal. No es hora de hacer más daño. A algunos se les olvida aquello del “Primum non nocere”, lo primero es no hacer daño. De eso ya se está encargando el virus.

Hay que recordar a la población -y a esos políticos y periodistas- que el virus no camina solo, que lo paseamos cada uno de nosotros cada vez que hacemos caso omiso a lo que día a día las autoridades sanitarias y científicas, que no políticas, nos insisten con objeto de no colapsar los hospitales, fundamentalmente las UCIs por la dimensión y clínica del virus.

Hay quien no se ha dado cuenta de que los hospitales son siempre limitados en espacio, personal y medios, respecto a lo que representa una población. Están pensados para atender como un goteo diario diversos tipos de enfermedades. A nuestro coronavirus -y digo nuestro, porque lo es-, debemos hacerle frente con todas las medidas que nos han alentado a realizar y que desafortunadamente no se cumplen como deberían. Ejemplos varios: personas que caminan juntas; que sacan excusas para ir a la calle; que creen que todo esto es una exageración o incluso una invención; que se juntan en casas entre amigos para jugar o distraerse; que hacen juegos en las escaleras de sus casas... Así, hasta lo más impensable. ¿A qué se debe esta irracionalidad? A que no existe consciencia de la peligrosidad de este coronavirus ni de que está en nuestras manos vencerlo.

Algo que sí preocupa a las personas en general y que los sanitarios nos están advirtiendo insistentemente, es que no hay EPIS ni respiradores suficientes para todos los afectados y necesitados. Y esto, aunque algunos no lo crean, no se puede prever. Creo que es de interés social que cada uno reflexione si por no haber contribuido a lo que las autoridades nos indican, llegado el momento, se queda sin respirador. Y lo digo en primera persona para que no parezca que esto solo pasa a los demás. Qué ocurriría si llegado el momento no tengo un respirador disponible para mí.

Asimismo, creo importante que las autoridades sanitarias, ante la alarma de falta de respiradores y puestos en las UCIS, deben serenar a la población explicando qué ocurre cuando deciden que a un paciente van a facilitarle un respirador y que al de al lado no. Sin duda un problema ético difícil de afrontar. Resultaría tranquilizador saber si esas personas que no dispondrán de estas herramientas se enfrentan a una muerte cruel y dolorosamente asfixiante, si se les realiza una sedación para que no sufran, o si existen otras intervenciones que palíen el dolor en el final de la vida. Esta claro que todo se realiza con total ética profesional pero ¿la falta de sufrimiento se puede garantizar? Qué gran responsabilidad. Por favor, no se la pasemos solo a los sanitarios, debemos de contribuir con empatía, palabra muy pronunciada, pero difícilmente aplicada. Ayudémosles desde dentro de nuestras casas, sin salir salvo lo imprescindible y el tiempo necesario, para reducir este virus.

Está muy bien el aplauso diario en las ventanas mientras respiramos diferente, pero creo que si cada uno de nosotros cumplimos con lo que propugnan las autoridades sanitarias, estaremos contribuyendo a que todos estemos menos contagiados y que a su vez nuestros sanitarios no se contagien o fallezcan por negligencia de ciertas personas. Es momento de poner en valor nuestra madurez social, nuestra empatía, nuestra solidaridad, nuestra capacidad de resiliencia. Ayudemos a los sanitarios y no olvidemos: “¿Y si no tengo respirador”?


Miguel Vallejo

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