viernes, 4 de diciembre de 2020

LAS PÍLDORAS DE LA FELICIDAD SINTÉTICA

La industria farmacéutica no deja de sorprendernos cada día en su afán por construir un mundo mejor, lleno de salud, éxito, energía y felicidad. Lejos aún de resolver totalmente las enfermedades físicas, parece que son las psicológicas en las que el marketing farmacéutico ve la gallina de los huevos de oro. Hace unos años, el tratamiento de las crisis de angustia, con o sin agorafobia, se reducía a la toma de alprazolam miligramo de más o de menos. Ahora, parece ser, que los miedos sociales condicionados y aprendidos, los hábitos adquiridos, las inseguridades y debilidades personales, así como las depresiones reactivas, son simplemente un problema de más o menos paroxetina. Si además se padece una impotencia, te tomas una hora antes tu Viagra y a triunfar. Al parecer, todo esto y mucho más lo puedes conseguir gracias a las "Píldoras de la Felicidad Sintética" que las constantes investigaciones farmacéuticas vienen descubriendo y anunciando de forma desmesurada en todos los medios de comunicación social, captando hábilmente, una realidad social llena de impaciencia, deseosa de efectos rápidos, yo diría que inmediatos. Eso sí, a costa de pertenecer por una información sesgada al "club de los pacientes sintéticos".

Observemos la praxis de una "consejoterapia farmacológica a un paciente sano": Hoy nuestro "sano impaciente" tiene que hablar en público, por lo que deberá tomar un betabloqueante tipo propranolol una hora antes de comenzar su discurso, aunque como tratamiento de fondo de su trastorno depresivo, ansioso y fóbico con crisis de angustia se le prescribe también paroxetina una vez al día, más alprazolam 3 veces al día. Dos veces al día, toma 12 gotas de un interdictor del alcohol como la cianamida que se lo administra su pareja para reforzar su voluntad. A su vez, se coloca un parche de nicotina porque quiere dejar de fumar. No sabe cómo renunciar a la alta gastronomía de la que se considera adicto, pero preocupado por sus altos niveles de colesterol, se toma una vez al día cerivastatina y,... a comer. Su inseguridad camina a diario en su bolsillo con su caja de lorazepam por si acaso se descontrola. Además, como hoy es un día muy especial se llevará su Viagra para tomarla una hora antes del "examen de su Ego" y estar, nunca mejor dicho a la "altura necesaria". Por último, un hipnótico le ayudará a conciliar su sueño alterado. Este será su último recuerdo farmacológico del día como "paciente sano" para volver a ser mañana nuevamente un hombre diez, enérgico y de voluntad férrea. Lástima que no pudo completar bien su día al no poseer, de momento, una pastilla para tener buen humor, sonreír, ser más tolerante, para disfrutar de la vida.... ¿Realmente se han resuelto o trabajado sus conductas desadaptadas? Si se conoce qué es una fobia social y cómo se mantiene, ¿cuál es el mecanismo a través del cual la paroxetina dota de habilidades personales a quienes carecen de ellas?. En cuanto a la Viagra para que sirve una “erección eléctrica” si falta el deseo sexual y existe conflicto personal o una mala comunicación en pareja?

Esto que parece una crítica a los tratamientos farmacológicos, no lo es en absoluto. Nadie pone en duda el beneficio de los avances en la investigación farmacéutica, pero resulta paradójicamente poco científico que se difundan soluciones exclusivamente farmacológicas en las alteraciones del comportamiento aprendido y/o condicionado. Si no se informa que para los trastornos de ansiedad, adictivos o sexuales entre otros, se debe de contar paralelamente con tratamientos psicoterapéuticos de corte cognitivo-conductual, supone una información sesgada a los consumidores, una deformación profesional estrictamente biologicista y una visión terapéutica en desuso en este fin de siglo marcado, afortunadamente para los pacientes, por los tratamientos multi e interdisciplinares.

Esta realidad social y asistencial con "personas sanas" hace que la industria farmacéutica y las sanidades públicas lleguen a acuerdos tácitos con estos productos y su publicidad desmesurada al gran público. Sin duda, es menos costoso para la sanidad ofrecer una "consejoterapia" en 15 minutos y prescribir paroxetina, fluoxetina, viagra, parches de nicotina, interdictores de alcohol, que contratar para los ambulatorios de atención primaria y hospitales un número suficiente de expertos en psicoterapia que enseñen a los pacientes a controlar su voluntad, sus hábitos, sus conductas desadaptadas, sus inseguridades, sus fobias, ofreciéndoles así la posibilidad de que sean ellos mismos quienes se enfrenten a sus problemas.

Sería conveniente que la industria farmacéutica, a instancias de Sanidad, incluyera en todos los prospectos de aquellos fármacos que estén implicados en enfermedades donde la modificación de la conducta es necesaria, un apartado que especifique Tratamiento Deseable, y en el que se aconsejara el tratamiento multidisciplinar que se haya demostrado científicamente más eficaz. De esta forma, la sanidad pública comprobará cómo se acortan los procesos terapéuticos, además de ofrecer una mejor calidad asistencial y disminuir el consumo farmacéutico para beneficio de los "pacientes sanos".

Miguel Vallejo

lunes, 11 de mayo de 2020

EL SENTIDO COMUN ANTE LA DESESCALADA

¿Existe alguien que considere no tener sentido común? Parece difícil encontrar personas que no crean adecuado su estilo de vida, lo que afirman, lo que hacen, lo que orientan, lo que imponen, o que a su vez, no estén impregnadas de esa racionalidad lógica y aplastante que todo el mundo debería de ver y reconocer. Parece difícil encontrar personas que cuando se les confronta con otra realidad, acepten de buen grado los cambios a su planteamiento. La competitividad social, política, laboral, la necesidad de éxito a cualquier precio y con una excesiva inmediatez, crea patrones de personas poco sólidas y con un argumentario endeble, casi siempre protegidas más por su status, su narcisismo, o por su necesidad de logros, que por su formación y preparación.

¿Quién no ha escuchado en cualquier debate, exposición académica, política la frase "yo, desde mi experiencia..."? Siempre observamos que el YO va por delante, a veces también el "hemos considerado..." y todo esto no tanto por la realidad de los datos, si no por la necesidad de posicionarse dialécticamente en un umbral que difícilmente se asienta en bases objetivas y científicas, si no estrictamente personales.

El sentido común no se estudia, no hay un master que lo avale, es algo innato en ciertas personas, pero no es universal, al igual que la inteligencia emocional, no es aplicable a todos los seres inteligentes. Las habilidades que ciertas personas poseen, les lleva a resolver con mas facilidad problemas de la vida cotidiana, frente a seres que son extremadamente inteligentes para su vida profesional, pero carentes de esa capacidad emocional y habilidad necesaria que les lleve a la resolución de problemas mas simples.

Sin duda, una de las mayores dificultades que presenta el sentido común es considerar que todos vamos a llegar a las mismas conclusiones ante cualquier hecho o circunstancia. Está claro que esto, desafortunadamente, nunca va a ser así. Para ejemplificarlo, tenemos un hecho real y que tristemente nos afecta a todos en este momento como es, realizar una adecuada desescalada ante la pandemia del covid-19. Pero en realidad ¿qué se observa?, ¿qué ocurre?. Palpamos en muchos ambientes una falta de sentido común para afrontar este camino que nos lleve a la posibilidad de mejorar nuestra salud personal y económica. Las evidencias y actitudes de ciertas personas nos pueden llevar a retroceder de forma un tanto absurda. ¿A qué se debe? Sin duda a las cogniciones tan diferentes que tenemos las personas para conseguir lo que ansiamos, como es en este caso la libertad, trabajo, dinero... Y la salud?. No se piensa que esto es anterior a todo lo demás?

Muchas personas relativizan el problema del contagio, se juntan más de lo habitual, no llevan mascarillas porque son molestas, no guardan las distancias, es decir no se toman precauciones. Todo desde la creencia personal que no va a pasar nada, desde el "Yo considero que esto es exagerado o no tan necesario" etc... ¿Por qué no somos capaces de ver y valorar de forma racional las consecuencias de nuestros comportamientos negligentes, cuando afortunadamente y con gran esfuerzo estamos saliendo lentamente de una situación de confinamiento severo?.

Sin duda, se debe a la exaltación de ese absurdo Sentido Común Individual, carente de empatía y contradictorio por otra parte. ¿Para qué tantos testimonios que públicamente se otorgan día a día a los sanitarios desde los balcones, si después incumplimos las normas básicas que los científicos nos señalan? ¿Alguien piensa que su incumplimiento pone mas en riesgo las vidas de nuestros cercanos y de quienes nos tratan y cuidan en los hospitales?.

Dejemos de aplicar, de una vez por todas, nuestro propio criterio en detrimento de las voces científicas, que no políticas, porque si en algo tiene que caracterizarse el sentido común, es por la total ausencia de egoísmos o creencias personales y la tendencia a facilitar el bien general, en detrimento de lo que nos gustaría.

Me parece oportuno socialmente recordar a Cicerón cuando, harto de Catilina, pronunció en el senado romano su primera catilinaria comenzando con esta celebre frase y que tanto juego ha dado para diversos ámbitos sociales, políticos, o académicos: "¿Quousque tándem abutere, Catilina, patienta nostra..." (¿Hasta cuando abusarás Catilina de nuestra paciencia?) Seria importante que evitemos que alguien pudiera poner nuestro nombre sustituyendo al de Catilina. Esto sería todo un signo de que comienza a imperar en este momento de la desescalada para todos, UN UNICO SENTIDO COMUN, como es el de los científicos, que son en definitiva quienes manejan y poseen todos los datos necesarios para tomar decisiones. No intentemos sacar excusas para hacer imperar nuestro criterio, nuestro "particular sentido común". Se acostumbra a decir que rectificar es de sabios, pero en este caso, tener que retroceder no es rectificar, es perder, es enfermar. Ser solidario con las normas científicas que nos dictan, es una necesidad que a todos nos va a beneficiar y nunca es tarde para aprender en una pandemia, como la que nos ocupa, de los beneficios de un razonamiento lógico basado en la evidencia científica, en la aplicación sensata de las normas, en definitiva de un estricto y obligado Sentido Común.

Miguel Vallejo

sábado, 21 de marzo de 2020

¿Y SI NO TENGO RESPIRADOR?

El coronavirus nos está poniendo a prueba. Son tiempos difíciles para todos. Son tiempos de reflexión, de control, de resiliencia, de contención, de serenidad, de madurez social, de comunicación, de creatividad incesante para distraernos, pero también de paliar el miedo que supone el contagio a un virus dormido que ha despertado donde menos uno se lo imagina: ¿China? ¿EE.UU.? ¿Corea? ¿Europa? Qué más da. Y lo digo porque la guerra política hace bandera de la culpa, algo que va muy enraizado en una formación judeo-cristiana como la nuestra, y que siempre trata de buscar esa culpa en el otro, pero difícilmente una solución.

Lo que realmente importa es lo que puede llegar a destruir este virus, que es mucho. Primero se pensaba en nuestros mayores, pero no es así, alcanza a cualquier persona y raza, tenga la edad que tenga, y viaja a la velocidad de la luz.

Este virus ha puesto a prueba a todos los países de la falta de previsión ante una pandemia que ha ido tomando forma a través de los días, aunque existan algunos políticos, y algún periodista y medio de comunicación que lejos de ayudar a la tranquilidad y serenidad parecen más preocupados en provocar más incertidumbre, ansiedad y desconcierto en la población.

Es necesario estar informados desde la verdad y la realidad y no desde la subjetividad, y el rencor político o personal. No es hora de hacer más daño. A algunos se les olvida aquello del “Primum non nocere”, lo primero es no hacer daño. De eso ya se está encargando el virus.

Hay que recordar a la población -y a esos políticos y periodistas- que el virus no camina solo, que lo paseamos cada uno de nosotros cada vez que hacemos caso omiso a lo que día a día las autoridades sanitarias y científicas, que no políticas, nos insisten con objeto de no colapsar los hospitales, fundamentalmente las UCIs por la dimensión y clínica del virus.

Hay quien no se ha dado cuenta de que los hospitales son siempre limitados en espacio, personal y medios, respecto a lo que representa una población. Están pensados para atender como un goteo diario diversos tipos de enfermedades. A nuestro coronavirus -y digo nuestro, porque lo es-, debemos hacerle frente con todas las medidas que nos han alentado a realizar y que desafortunadamente no se cumplen como deberían. Ejemplos varios: personas que caminan juntas; que sacan excusas para ir a la calle; que creen que todo esto es una exageración o incluso una invención; que se juntan en casas entre amigos para jugar o distraerse; que hacen juegos en las escaleras de sus casas... Así, hasta lo más impensable. ¿A qué se debe esta irracionalidad? A que no existe consciencia de la peligrosidad de este coronavirus ni de que está en nuestras manos vencerlo.

Algo que sí preocupa a las personas en general y que los sanitarios nos están advirtiendo insistentemente, es que no hay EPIS ni respiradores suficientes para todos los afectados y necesitados. Y esto, aunque algunos no lo crean, no se puede prever. Creo que es de interés social que cada uno reflexione si por no haber contribuido a lo que las autoridades nos indican, llegado el momento, se queda sin respirador. Y lo digo en primera persona para que no parezca que esto solo pasa a los demás. Qué ocurriría si llegado el momento no tengo un respirador disponible para mí.

Asimismo, creo importante que las autoridades sanitarias, ante la alarma de falta de respiradores y puestos en las UCIS, deben serenar a la población explicando qué ocurre cuando deciden que a un paciente van a facilitarle un respirador y que al de al lado no. Sin duda un problema ético difícil de afrontar. Resultaría tranquilizador saber si esas personas que no dispondrán de estas herramientas se enfrentan a una muerte cruel y dolorosamente asfixiante, si se les realiza una sedación para que no sufran, o si existen otras intervenciones que palíen el dolor en el final de la vida. Esta claro que todo se realiza con total ética profesional pero ¿la falta de sufrimiento se puede garantizar? Qué gran responsabilidad. Por favor, no se la pasemos solo a los sanitarios, debemos de contribuir con empatía, palabra muy pronunciada, pero difícilmente aplicada. Ayudémosles desde dentro de nuestras casas, sin salir salvo lo imprescindible y el tiempo necesario, para reducir este virus.

Está muy bien el aplauso diario en las ventanas mientras respiramos diferente, pero creo que si cada uno de nosotros cumplimos con lo que propugnan las autoridades sanitarias, estaremos contribuyendo a que todos estemos menos contagiados y que a su vez nuestros sanitarios no se contagien o fallezcan por negligencia de ciertas personas. Es momento de poner en valor nuestra madurez social, nuestra empatía, nuestra solidaridad, nuestra capacidad de resiliencia. Ayudemos a los sanitarios y no olvidemos: “¿Y si no tengo respirador”?


Miguel Vallejo